Con unas pinzas de color rosa brillante en la mano, Emma Teni forcejea delicadamente con una araña grande y patilarga en un pequeño recipiente de plástico.

“Está posando”, bromea la cuidadora de arañas mientras el animal se alza sobre sus patas traseras. Es justo lo que intenta conseguir: así puede succionar el veneno de sus colmillos con una pequeña pipeta.

Teni trabaja en una pequeña oficina conocida como la sala de ordeño de arañas. En un día normal, ordeña (o extrae el veneno) a 80 de estas arañas de embudo australianas ( Atrax robustus ).

En tres de las cuatro paredes hay estanterías que van del suelo al techo repletas de arácnidos, con una cortina negra que los cubre para mantenerlos tranquilos.

La pared restante es, en realidad, una ventana. A través de ella, un niño pequeño o

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