Cuando Donald Trump anunció su candidatura en 2015, tras aquel inolvidable descenso por la escalera mecánica dorada y con la promesa de hacer a Estados Unidos grande de nuevo, se comprometió a drenar la ciénaga en la que, según decía, se había convertido Washington D.C.

“Drain the swamp! ”, coreaban por entonces los seguidores de un Trump considerado por el Partido Republicano como un outsider con pocas opciones de hacerse con la candidatura presidencial.

El multimillonario, no obstante, había puesto el dedo en la llaga al convertirse en portavoz del desprecio que muchos estadounidenses sentían por esa amalgama de funcionarios públicos y empresarios que se aprovechan de su posición y sus contactos para beneficiarse personalmente, al tiempo que impulsan nuevas políticas y gestionan f

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