En las comunidades rurales de Alaska y Canadá, reducir los conflictos entre las personas y sus vecinos salvajes significa que ambas especies deben cambiar su comportamiento
Caminando con cuidado por un bosque de álamos americanos amarillentos del sureste de la Columbia Británica, el científico de vida silvestre Clayton Lamb busca entre la maleza un árbol robusto al que atar su trampa para osos. Un tentador rastro de olor ha sido trazado para atraer a un animal que puede recorrer más de mil kilómetros cuadrados hasta este preciso lugar, a las afueras de la ciudad de Fernie. La colega de Lamb, la técnica de fauna salvaje Laura Smit, rocía el bosque con sangre podrida de vaca desde una garrafa de plástico rojo. Para las narices humanas, el hedor es repugnante. Para un oso grizzly que q