En mis casi cinco décadas como comunicador, he aprendido que una idea mal expresada puede morir en silencio, mientras que una palabra bien dicha puede cambiar el rumbo de una vida, de una empresa… o de una nación.

En un mundo cada vez más ruidoso y saturado de contenido, la oratoria no es un lujo, sino una herramienta de supervivencia y trascendencia. Ya no basta con tener talento, experiencia o incluso un propósito. Si no sabes comunicarlo, es como si no existiera. El liderazgo del siglo XXI se ejerce con la voz, con la historia que cuentas y, sobre todo, con la forma en que la cuentas.

Lo veo a diario en empresarios brillantes que no logran movilizar a sus equipos. En jóvenes con ideas revolucionarias que se quedan atrapadas en la timidez. En líderes con corazón que no encuentran cómo

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