El Gobierno de Donald Trump, si algo tiene, es que no pierde ni un segundo escondiendo sus pasiones. Pone la alfombra roja a Vladimir Putin, perdona todos los desmanes de Beniamin Netanyahu y persigue a las universidades de Estados Unidos por permitir las manifestaciones pro Palestina. Ataca la cultura woke por discriminatoria, pero no le importa colocarse en el podio de los grandes censores.
Como cada septiembre, la Organización de Naciones Unidas (ONU) celebra su Asamblea General en su cuartel central de Nueva York, ese gran festival del bla, bla, bla, un teatro del absurdo global al que este año EE.UU. no permitirá la presencia de la delegación de Palestina, en un momento en que varios países reticentes (Francia, Reino Unido o Australia) han comunicado que quieren aprovechar esa cita