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Mientras su padre trasegaba en la forja martillando herraduras, el niño Juan Carlos Castagnino observaba maravillado el portento salvaje de los percherones que hacían su faena tirando de los carros. El misterio de esas bestias se le aparecía como un enigma que debía conjurar trazando con un pedazo de carbón sobre papel de envolver sus líneas misteriosas hasta captar la esencia de sus movimientos. Ignoraba aún que su secreto le sería revelado décadas más tarde en las antípodas de su Mar del Plata natal, en una China atravesada por la ebullición revolucionaria.

Hacía apenas dos años que Mao Tsé-tung había tomado el poder cuando en una delegación encabezada por María Rosa Oliver arribaron a fines de 1952 a Pekín, iniciando el consabido viaje de turismo cultural con recorridos que abarca

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