Ocurrió un 21 de marzo; en concreto, el del pasado año. Parece que fue hace un siglo y, a la vez, es como si la noticia nos hubiera golpeado ayer: «Antonio Ballester ha muerto» . Y el mundo del arte –especialmente el regional, claro– lloró. A los 72 años, demasiado pronto -o inusualmente tarde, si atendemos a su diagnóstico-, se marchaba uno de los grandes creadores de esta tierra ; un artista total al que lo mismo le daba tirar de pincel que de cincel, o de cámara u ordenador. Y siempre con un brillo único, especial.
Pero hoy, una vuelta al sol y pico después, quienes entonces le lloraron siguen derramando lágrimas furtivas en su honor. Y lo hacen porque el cariño que aquel día demostraron tener por el artista excedía a su obra , a su figura pública. «Es que, si no concurrier