Por: Emilio Gutiérrez Yance

Dicen en Santander de Quilichao que el sol nace con un tinte más fuerte, como si ardiera en la piel de quienes llevan la historia de África tatuada en la sangre. Allí, entre el ruido del río y las calles polvorientas donde la vida es lucha diaria, vino al mundo Guillermo Andrés Abonía Carabalí, hijo de Ana Lucía, vendedora de chontaduro con manos dulces de madre, y de Pedro, obrero del ingenio, hombre de trabajo cuya vida se apagó demasiado pronto bajo el peso silencioso de un infarto.

Su apellido Carabalí, más que un nombre, era una herencia: un eco de tribus guerreras que llegaron encadenadas desde África y que, a través de él, aprendieron a resistir otra vez en tierras caucanas. Desde niño, Guillermo descubrió que la vida era una batalla callada: vendía fru

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