En Valledupar hemos aprendido —casi sin darnos cuenta— el arte de naturalizar la desgracia. Lo que en otras latitudes sería motivo de escándalo, aquí se convierte en costumbre. Nos rodea un paisaje en el que la indignación se desvanece y la capacidad de asombro se extingue, como si el espíritu ciudadano hubiese aceptado resignado que este es el orden natural de las cosas. De tanto ver lo mismo, ya nada sorprende; de tanto callar , ya nada incomoda. Y así, la resignación se va instalando en nuestra cotidianidad como un idioma tácito, una lengua no hablada , pero compartida, que dicta las reglas de un conformismo que parece heredarse de generación en generación.
La tragedia dejó de ser un accidente para convertirse en rutina. Es normal ver motociclistas que pierden la vida a diario en m