En la política tunjana actual, pocos nombres han generado tanto debate como el de Mikhail Krasnov. Su imagen ha sido moldeada por una serie de mitos que, lejos de perjudicarlo, parecen haber impulsado su popularidad . Versiones no probadas, relatos exagerados y discursos ambiguos han hecho de Krasnov una figura mediática y disruptiva, diseñada a la medida de una ciudadanía decepcionada.

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Su éxito parece radicar, más allá de propuestas o programas concretos, en la construcción de un personaje pintoresco, cuidadosamente adaptado a la idiosincrasia y las necesidades simbólicas de los tunjanos. Un personaje que rompe con las formas y convenciones de los políticos tradicionales. Pero, ¿Cuánto de lo que se dice sobre él es cierto? ¿Qué parte es mito y cuál verdad?

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