Carlos Castro | EUROPAPRESS

02 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Agosto se diluyó entre cenizas. Se quemaron el verano y los montes mientras los cuerpos se tostaban al sol del Atlántico y las fiestas estallaban en decibelios. Las multitudes se desvanecieron y cada uno regresa a su redil. Las olas ya han borrado las huellas de las pisadas en la arena de las playas. Se quedan ahora los pueblos vacíos , rumiando la soledad, poblados de viejos que van olvidando los recuerdos de una vida que ya no hay quien la repita. Los hijos, los nietos y los visitantes pasaron como aves migratorias que apenas dejan unas pajas retorcidas de un nido ya deshecho. Allá se van, con experiencias perdidas en las redes sociales, cada vez más contaminadas de desapego. Es la futilidad de la sociedad del ca

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