En la localidad de San Carlos, la rutina de vivir entre rejas, alarmas y perros guardianes, ya no es sinónimo de protección. La inseguridad quebró esas defensas y, lo que antes parecía ser un límite, hoy apenas es un decorado frente al avance del delito.

Los vecinos cuentan que los robos se suceden todo el tiempo y que los delincuentes se mueven como si supieran que nada malo podría pasarle.

Esa es la postal de un barrio que se siente sitiado, donde las casas parecen fortalezas y, aún así, la sensación de vulnerabilidad se multiplica.

La paradoja es brutal: mientras los frentistas refuerzan puertas, levantan paredes más altas y pagan costosos sistemas de seguridad, los delincuentes circulan con la impunidad de quien sabe que el riesgo de ser detenido es casi nulo.

Los grupos de WhatsAp

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