Después de unas semanas que considero fueron una especie de asueto veraniego, este domingo 31 de agosto ―después de ser testigo de una serie diversa de eventos deportivos― he decidido volver a escribir unas “palabras” al respecto…

Eso sí, al hacerlo, siento estar en una etapa diferente, en la que el afán ―no el interés― en algunos eventos parece ir a la baja [¿Serán mis setenta y la consiguiente estancia en el octavo piso que comienza, no termina a los setenta?]…

Pero lo que sí sigo experimentando ―y que creo es algo que forma parte de una humanidad incapaz de superar plenamente “el cristal con que se mira”― es el inevitable decanto por uno de los contendientes en los enfrentamientos uno a uno, o por alguno de los participantes en las competencias colectivas…

Ese inevitable decanto es,

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