Imaginemos que un día despertamos con una nota anónima en el buro marcando con la fecha exacta de nuestra partida, un mensaje real con la cuenta regresiva que deberíamos tener en claro “nada es para siempre”.

Cuantos de nosotros haríamos exactamente lo que hoy hacemos, cuantos vivimos conformes y felices con quien nos hemos convertimos aceptando nuestras realidades, virtudes y defectos sin la necesidad de hincharnos la cara con Botox, restarle minutos al reloj tratando de agradar en un mundo donde la perfección se abraza y se esconde lo humano.

Ayer conocí a Félix, una mujer de aproximadamente cincuenta y tanto, se había casado ya grande -a los 16 – “nunca había terminado algo en mi vida, es más cuando lavaba los trastes los dejaba a medias para ir hacer otra cosa, empezar las camas, bar

See Full Page