No sé si todavía seguía convaleciente por el puñetazo que asestó el Andorra en El Toralín o si me veía invadido por el temor provocado por una reducción presupuestaria considerable, pero mi pesimismo a la hora de afrontar el mercado de fichajes recién terminado era enorme. Futbolistas relevantes como Yeray, Carrique o Bustos dejaban Ponferrada y un vacío muy difícil de llenar. Y, mientras tanto, el derrotismo del presidente en la sala de prensa no hacía más que acrecentar el desánimo de los abonados. La misión era muy complicada, más aún con la extraña marcha de Javi Rey en un episodio lleno de versiones contradictorias que obligaba a reconstruir los cimientos en el suelo. O en el sótano, más bien. Sin embargo, la contratación del reputado Fer Estévez para llevar el timón significó un golp

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