Ah, la guerra, la guerra. Sigue a la humanidad como una sombra, inseparable, ineludible, desde sus orígenes. Dices hombre y dices guerra; o mejor dicho, el hombre es un péndulo entre la voluntad de paz y la voluntad de guerra, predispuesto a ambas, incapaz de prescindir de ninguna de ellas.

Dices guerra y evocas la historia de la humanidad, pero la guerra no es el pasado; enciendes la televisión y ves imágenes bestiales de la guerra, hoy, desde muchos puntos del mundo. Guerras no entre soldados, sino peor, contra poblaciones, ancianos, niños, casas, ollas. Explosiones, ruinas, cuerpos destrozados. Soldados que disparan a hombres reducidos a animales hambrientos, que van a mendigar comida caminando como un rebaño asustado, encorvados, con la cabeza gacha, uno cubierto por otro, para no ser

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