
El discurso de la izquierda en relación con la inmigración ilegal es un compendio de insufrible buenismo que se está alejando a marchas forzadas de la opinión mayoritaria de la sociedad española. Porque lo cierto es que la delincuencia derivada de la inmigración irregular se ha convertido en un problema, mal que le pese a ese progresismo de salón que contempla la situación a distancia, mientras quienes sufren las consecuencias son, con frecuencia, los sectores más desfavorecidos.
La familia de la niña salvajemente violada por un menor marroquí en Hortaleza (Madrid) no responde, precisamente, al patrón de lo que podría definirse como una familia acomodada. Más bien todo lo contrario. Podría decirse que la situación familiar de la pequeña violada es tan desesperada, o más, que las vidas de esos jóvenes que pueblan los centros de acogida de inmigrantes.
No hay atisbo alguno de racismo en subrayar que el agresor sexual de la pequeña era un marroquí de 17 años multirreincidente . Y sí hay mucha hipocresía en esas voces de la izquierda que, ante lo sucedido en Hortaleza, tratan de darle la vuelta a los hechos. Porque aquí no hay más víctima que la niña salvajemente violada y su familia, rota ahora doblemente.
Es tan estúpido negar la evidencia que el discurso de la izquierda ha entrado en flagrante contradicción con la percepción que del problema de la inmigración ilegal tienen sectores cada vez más amplios de la sociedad española. Y su opinión no es fascista, sino plenamente realista. Porque con frecuencia son las capas más desfavorecidas quienes sufren en sus carnes la delincuencia derivada de la inmigración ilegal.
Que existe, pese al negacionismo bobalicón de la izquierda. Hay que decir sí a la inmigración legal, integradora y dinamizadora del mercado de trabajo. Y hay que decir no, sin tapujos, a esa inmigración descontrolada que lleva aparejada, en ocasiones como esta, actitudes gravemente delictivas. Un no sin ambages, meridiano. Tan grande como el dolor de esa familia rota por partida doble.