No para, no para. Quiere saborearlo todo. Y salta, superficialmente, por encima de las cosas. «No seas egoísta. Qué vergüenza. Tápate la boca que se te ven los dientes.» Se hizo pequeño, pequeño… y ahora es un experto en complacer a todo el mundo. Aprovechando sus beneficios, claro. Un hábil arlequín. Míralo, salta de aquí para allá evitando, así, parar un momento y observar todo lo que le rodea. Él es feliz en la fantasía. Baila porque ya no recuerda quién es. Nadie lo recuerda. Ahora ya sólo se esfuerza para que le miren. No puede hacer más. No para, no para. Conseguir ser visto, aunque sea ofreciendo una pobre imagen, le libera de la torturadora tiranía de la insignificancia.

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