Por: Jonathan Gluck
¿Acaso puedes querer a alguien a quien apenas conoces? ¿O con quien casi no has hablado? ¿O a quien has visto solo una vez por un breve momento?
Una noche de noviembre de 2002, al salir de mi oficina en el centro de Manhattan, pisé una placa de hielo y resbalé. Me dolió la cadera durante meses, pero preferí ignorar el dolor. Pensé que me había hecho un esguince. Fuera lo que fuera, supuse que se curaría solo.
En enero, en vista de que el dolor no había disminuido, decidí ir al ortopedista. Tomó unas radiografías, pero no vio nada anormal. Me recetó fisioterapia y seguí con mi vida.
Un año después, el dolor seguía sin desaparecer, así que volví al médico, que ordenó una resonancia magnética. Lo que más me preocupaba era sentir claustrofobia dentro de la máquina.
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