La piel, el órgano más extenso del cuerpo humano, actúa como una barrera vital contra las amenazas ambientales como microbios, sustancias químicas, sequedad y fluctuaciones de temperatura, mientras desempeña funciones esenciales para la salud general.

El envejecimiento intrínseco, un proceso natural e inevitable, está ligado a la disminución en la cantidad y actividad de las células madre de la piel. A medida que envejecemos, la capacidad regenerativa de estas células se reduce, lo que lleva a una cicatrización de heridas comprometida, menor eficiencia en la generación de cabello y una reducción en la producción de colágeno. Esto se manifiesta en signos visibles de envejecimiento como arrugas, flacidez y pérdida de firmeza.

Ahora, un equipo de investigadores del Centro Médico Beth Israel

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