Rindió el viento a la rosa, el trigo miraba asombrado la oscuridad del día, me ardían las manos, los ojos, languidecía mi voz impostada. Se abrían raíces y empujaban la noche (y mis despojos, insensatos, eran leña quemada). Acudió el infierno, inesperado, frío de bronce y luz. Tuve sus ojos tan cerca, tan cerca, que el horizonte temblaba. En el rosal, una violencia de cielos quemados.
Cielos quemados

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