La artista ocupa cuatro espacios públicos de Barcelona con una serie de antimonumentos que indagan en el duelo, la memoria y los vínculos familiares
Podría ser el intrigante título de una novela si no fuera porque el estrago materno atraviesa a perpetuidad toda cultura y religión, esas juezas del ilimitado goce femenino. El psicoanálisis lacaniano coloca desorbitadamente la relación madre-hija en un voraz pantanal, donde el deseo materno son las fauces abiertas de un cocodrilo que pueden cerrarse intempestivamente sobre la niña, produciendo el ravage (estrago), esa relación sin límites y a la vez imposible que oscila entre la intensidad afectiva y la hostilidad. Empujada constantemente a interrogarse por lo femenino, deseosa de encontrar esa sustancia que la madre no le podrá dar del to