Un grupo de SEALs de la Marina emergió del océano negro como la tinta una noche de invierno a principios de 2019 y se deslizó hasta una costa rocosa en Corea del Norte. Estaban en una misión ultrasecreta tan compleja y crucial que todo tenía que salir a la perfección.

El objetivo era plantar un dispositivo electrónico que permitiera a Estados Unidos interceptar las comunicaciones del solitario líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, en medio de conversaciones nucleares de alto nivel con el presidente Trump.

La misión tenía el potencial de proporcionar a Estados Unidos un flujo de información valiosa. Sin embargo, implicaba desplegar comandos estadounidenses en territorio norcoreano, una maniobra que, de detectarse, no solo podría hundir las negociaciones, sino también provocar una crisis

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