Desde que había vuelto de la guerra con tres medallas en el pecho, los engranajes de la cabeza de Howard Unruh venían funcionando como el mecanismo de una bomba de tiempo que en cualquier momento podía estallar. En apariencia era un tipo normal, tímido, reservado y extremadamente educado, pero la procesión iba por dentro. Nada le salía bien : no conseguía un trabajo decente, tampoco tenía metas en la vida, tenía problemas para resolver hasta los contratiempos más simples y a los 28 años seguía viviendo en Cramer Hill, Nueva Jersey, con su madre. La buena señora lo quería, pero lo consideraba un inútil – un “bueno para nada”, según la típica expresión estadounidense - y se lo hacía sentir. Tal vez por eso estaba enojado con el mundo, al que veía personificado en una serie de vecinos
El primer asesino en masa de EEUU leía la biblia y realizaba práctica de tiro para aliviarse de sus vecinos molestos

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