10 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«Cumplir el sagrado deber que Dios y la Patria me imparten» fueron las palabras que mi abuela, Amparo Beleda (A Coruña, 16 de agosto de 1899), con escasos veinte años, escribió en su diario profesional el 17 de septiembre de 1923 al llegar a la escuela de A Laxe armada de cuadernos, libros, ideas, una vocación casi sacerdotal y una fe inquebrantable en el conocimiento como motor de progreso. No era militar, por supuesto; era maestra. Pero esa declaración refleja la forma en que entendía su vocación: con disciplina, honor y un profundo sentido del deber; se sentía obligada porque concebía la enseñanza como una responsabilidad seria, estructurada y trascendente, y se impuso la misión de elevar, guiar, exigir. Ser maestra rural era mucho más que

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