Tantos escándalos de corrupción harían dimitir a cualquiera que tuviera un mínimo de dignidad. De esa dignidad de la que hablaba Aristóteles que no consistía en tener honores, sino en merecerlos.
Esa dignidad deja de existir cuando se confunde el cargo con el individuo y la institución con quien la ocupa. Es la perversión absoluta del razonamiento. Si García Ortiz tiene que ir a juicio por indicios claros de filtración de datos reservados de un particular no desprestigia la institución quien delinque sino -según esa lógica torcida- quien denuncia, investiga o informa.
Es la lógica invertida. Confundir el cargo con la institución, la silla con quien la calienta. Así, se construye una inmunidad de facto, envolviéndose en la bandera institucional como si fuera un chaleco antibalas para repe