La noche que todo terminó era inusualmente cálida en Austin. La brisa apenas movía los arbustos que rodeaban la inmensa propiedad de los Beard, lejos del ruido del centro. Alrededor de las 2:30 de la madrugada, el silencio doméstico se rompió con la violencia de un disparo. El dormitorio principal, decorado con gusto texano y registros de una vida de privilegios, quedó teñido por la sangre. Steven Beard , en bata, intentó sentarse sobre la cama. En su abdomen, la herida crecía y se expandía como una amenaza inevitable.
Un hilo de voz alcanzó el teléfono:
—Me dispararon… —jadeó Steven. La operadora del 911 logró obtener una ubicación antes de que la línea se llenara de estática y quejidos. La noticia recorrería pocas horas después todo Estados Unidos. El magnate televisivo Steven Beard