Cada vez es más común que las empresas introduzcan sutiles trampas en los procesos de selección para poner a prueba no solo la preparación técnica de los candidatos, sino también su capacidad para reaccionar ante situaciones inesperadas. Estas pruebas no siempre son evidentes y pueden manifestarse en preguntas ambiguas, pausas incómodas, contradicciones intencionadas o incluso errores deliberados en las descripciones del puesto. El objetivo no es confundir por capricho, sino observar cómo responde el aspirante ante la presión, la duda o la incertidumbre. En lugar de limitarse a comprobar si se cumplen unos requisitos formales, los entrevistadores buscan medir competencias más profundas que resultan clave en el mundo laboral actual.

La inteligencia emocional, la capacidad de adaptación y

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