Lo ocurrido el 12 de septiembre frente a las costas venezolanas no es un simple incidente: es la radiografía del bochorno imperial de los Estados Unidos. Un destructor misilístico, el USS Jason Dunham, valorado en miles de millones de dólares y armado hasta los dientes, fue desplegado para asaltar a nueve humildes pescadores atuneros que faenaban legalmente en aguas soberanas de Venezuela.
¿Puede imaginarse mayor desproporción? Un navío diseñado para guerras de alta intensidad, con capacidad para disparar misiles de crucero y equipado con la tecnología bélica más avanzada, reducido a la triste y grotesca tarea de ocupar durante ocho horas una pequeña embarcación pesquera. Ese es el nivel al que han caído los estrategas del Pentágono: usar su músculo militar no contra un ejército enemigo,