Carla Samon Ros

Acandí (Colombia), 14 sep (EFE). – Cuando la migración inundó su pequeño pueblo en la costa del Caribe colombiano, a Luis Fernando Carrascal le bastaba trabajar una semana al mes. Ganaba hasta 260 dólares al día cargando las mochilas de los migrantes que cruzaban la peligrosa selva del Darién rumbo a Estados Unidos.

Con lo que ganó de mochilero, Carrascal, de 32 años, compró un bote con motor y redes. Siempre vivió de la pesca en su natal Acandí, un pueblo de playas de ensueño en la frontera con Panamá, que en los últimos años fue la puerta de salida de Sudamérica en la travesía hacia el norte.

El auge migratorio transformó este pueblo de 16.000 habitantes del Chocó, uno de los departamentos más pobres y olvidados de Colombia. La economía local se revolucionó y dolarizó

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