En mi juventud viví en una casa que acogía a jóvenes mujeres que querían estudiar una carrera universitaria. Era una casa humilde, que nos daba techo, comida y acompañamiento en nuestro camino académico. La vida era sencilla, teníamos las tres comidas, pero la única bebida era agua. Sin jugos, sin refrescos, sin tés endulzados, solo agua. Podría parecer una carencia, pero con los años entendí que ese fue uno de los mayores regalos de aquella etapa: aprender que el agua, en su pureza, no solo es la bebida más barata y accesible, sino también la más saludable y la única indispensable. A partir de ahí, el agua se volvió mi bebida favorita. Hoy lo agradezco, porque me dio la claridad para mirar con distancia crítica lo que en México hemos normalizado: gastar en exceso en bebidas azucaradas com
Marisol Cen Caamal: Lujo que nos empobrece

70