Enrique A. Gutiérrez T., S.J.
Hace unos días un amigo, en la celebración de las bodas de plata matrimoniales de sus papás, hacía una referencia a la distinción entre casa y hogar. Decía que la primera, la casa, corresponde al espacio físico, a los muros, a la construcción como tal. En cuanto a la segunda se expresaba diciendo que era el resultado de los valores y actitudes hechos vida por las personas que habitaban en la casa. Que el hogar era ese calor, esa hoguera que alimentaba la vida de familia. Me gustó la reflexión.
Hoy, cuando leemos el pasaje sobre Marta y María, vuelve a mi memoria esa imagen, me ayuda a comprender que lo que Jesús estaba buscando en aquella familia era el calor de hogar, no propiamente una casa donde pernoctar. Lo que quería resaltar era el valor de la amistad