La calma reinaba en el paseo del Prado a eso de las dos de la tarde, ni una bandera de Palestina se podía observar en los 20 minutos de paseo que separan la estación de Atocha de la plaza de Cibeles, el lugar en el que debía acabar la Vuelta y que nunca llegó a hacerlo. Era la resaca del mar antes del 'tsunami', el engañoso epílogo de un día ya para la historia del ciclismo, de la historia de Madrid y de España .

A eso de las 16:30 horas, el decorado que rodeaba el circuito final de esta Vuelta ya era distinto. El giro de Atocha, al final del Prado, era uno de los puntos en los que los convocantes de las manifestaciones habían reclamado la presencia de los ciudadanos madrileños , apelando a su visibilidad. Y ahí se empezaron a agolpar primero cientos, después miles de pers

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