En 1975 el mar dejó de ser el mismo. Hasta entonces, las playas eran un lugar de calma: agua cristalina, niños chapoteando, adultos que se tumbaban al sol sin otra preocupación que la sombrilla o el bocadillo de tortilla. Pero tras aquel verano, algo cambió para siempre.

Desde entonces, cada vez que nos adentramos en el agua, cada vez que sentimos el frescor subirnos por las piernas y la superficie cubrirnos el pecho, se enciende un miedo sordo. Es un temor que no responde a la razón, sino al instinto, la sensación de que bajo la calma puede haber algo. Que en el silencio azul acecha una sombra. Que en el momento en que dejamos de ver nuestros pies, el mar deja de ser un recreo y se convierte en un abismo.

Ese miedo nos lo inoculó una película. Una película donde el verdadero te

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