Una exposición en la Galería Jose de la Mano en Madrid reivindica de nuevo la obra de la creadora catalana, una innovadora del textil, reconocida internacionalmente

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En los últimos años, el ejercicio de recuperación de artistas mujeres ha sido intenso, sacando a la luz figuras extraordinarias que la historiografía y el canon había arrinconado. Un caso paradigmático es el de Aurèlia Muñoz (Barcelona, 1926-2011), una pionera cuyo redescubrimiento se materializa ahora en la segunda exposición que la Galería José de la Mano de Madrid le dedica desde el 11 de septiembre hasta el 31 de octubre.

Pese a ser “una de las figuras más importantes de la renovación del arte textil europeo, una revolucionaria”, como declara la comisaria Isabel Tejeda, permaneció durante años ausente de las colecciones permanentes de los museos estatales. Resulta difícil de creer este olvido cuando se repasa su trayectoria.

“Muñoz era muy famosa, vendía muchísimo en la época de los 60 y 70”, explica Tejeda. Fue integrante del movimiento de Nouvelle Tapisserie, junto a otras artistas como Magdalena Abakanowicz, y participó en las bienales más importantes de arte textil, como las de Lausana en 1971, 1973 y 1977 —donde sus piezas ocupaban un lugar destacado— o la Bienal de São Paulo de 1973, además de recibir encargos institucionales de gran envergadura.

¿Cómo se explica entonces que su obra quedara arrinconada tras su muerte? Tejeda lo atribuye a dos razones fundamentales: “Influyó sin duda el hecho de que fuera una artista textil, cuando lo textil se consideraba ‘un arte menor’ dentro del arte contemporáneo, aunque ella defendiera siempre que era una artista contemporánea. La otra razón es el hecho de que fuera una mujer; no es el único caso de borrado que ha ocurrido de artistas desde el tardofranquismo a la Transición democrática”.

La conquista del espacio: del tapiz a la escultura

Muñoz había estudiado en la Escola Massana de Barcelona, donde a partir de 1960 experimentó inicialmente con el dibujo, la cerámica y el esmalte. Sin embargo, fue el textil el lenguaje que acabó por cautivarla, debutando ese mismo año con estampados sobre tela de yute. “Comenzó haciendo tapices”, explica Tejeda, “pero fue para seguir trabajando textiles desde una base”. Sus primeros trabajos, que se inclinaban hacia la abstracción y los motivos geométricos, fueron evolucionando de forma natural hacia el bordado y el patchwork.

Esta exploración bidimensional pronto se le quedó pequeña. A partir de finales de los años 60 y hasta principios de los 80, Muñoz viró su investigación hacia la técnica del macramé, lo que le permitió comenzar a jugar con la tridimensionalidad y el volumen. Fue un salto conceptual. “Sus tapices dejan de ser tapices al uso y pasan a ser esculturas hechas con nudos”, señala la comisaria.

Piezas como Cometa anclado (1974) dan cuenta de esta etapa crucial de expansión y de conquista del espacio, donde sus investigaciones adoptaron una potente dimensión arquitectónica. “Muñoz tenía un pensamiento muy avanzado, fue más allá y entendió que el textil era más que una artesanía, que podía separarse de la pared y alcanzar un espacio de tres dimensiones”, cuenta Tejeda.

Esta revolucionaria aproximación al textil, que la situó a la vanguardia internacional, no pasó desapercibida para las instituciones más prestigiosas del mundo. Una circunstancia curiosa, y que también menciona Tejeda, fue cómo el MoMA de Nueva York le dedicó una sala dentro de sus colecciones permanentes, mucho antes que los museos españoles fijaran su atención en Muñoz.

Sus piezas no solo formaron parte de las colecciones de instituciones tan emblemáticas como el anteriormente mencionado MoMA de Nueva York, el Art Institute de Chicago o el National Museum of Modern Art de Kioto, sino que, con el tiempo, también lograron un hueco en el patrimonio español.

Hoy, su trabajo está presente en el Museo Reina Sofía, el MACBA, el Museu Nacional d'Art de Catalunya —que recibió una importante donación de la familia— y la Fundación Cristina Masaveu Peterson. La Galería José de la Mano, que ya había defendido su obra en su propio espacio expositivo y en ferias como ARCO, culmina ahora este proceso de rescate con una segunda exposición dedicada.

El papel como objeto: la etapa más sutil

El espíritu inquieto de Muñoz nunca dejó de evolucionar. Si en los 70 conquistó el espacio con el textil, en las décadas siguientes lo haría con un material inesperado: el papel. Esta última exposición en la Galería José de la Mano –la primera tuvo lugar en el año 2020-- se centra en la última etapa de Muñoz, desarrollada entre los años 80 y 90, un periodo de intensa experimentación con este material.

Según explica Silvia Ventosa Muñoz, curadora de tejidos y moda, e hija de la artista, esta fue “quizá su época más desconocida y menos matérica, en la que fue minimizando hacia la abstracción”. Un proceso en el que el papel “pasa de ser un soporte a ser un objeto en sí mismo”, inscribiéndose dentro del movimiento paper cut que emergió en la década de 1980.

En esta fase, los libros adquirieron una importancia central como objetos artísticos, aunque nada convencionales. Los de Muñoz estaban poblados de grafismos inventados que dialogaban con caligrafías no occidentales. “A mi madre le gustaban mucho los grafismos, como, por ejemplo, de la escritura árabe o de la japonesa”, señala Ventosa Muñoz.

Para materializar estas piezas, la artista llegó a producir su propio papel controlando el proceso artesanal y decidiendo su gramaje y material —ya fuera pulpa de lino, que le daba transparencia, o de algodón, que era mate—, e incluso experimentaba con los tintes, un resultado que puede apreciarse en detalle en las obras de la exposición. La primera obra de esta serie fue una libreta en 1980, titulada significativamente Llibre tancat (Libro cerrado), que marcó el inicio de esta exploración.

Una mirada íntima a las inspiraciones y procesos de Muñoz

Silvia Ventosa Muñoz ofrece una mirada íntima sobre las fuentes de inspiración de su madre. “Ella tenía una casa en Menorca, y allí se sitúan estos conjuntos escultóricos talayóticos que a ella le impresionaban mucho”, explica. De ahí surgieron obras como las que se exhiben en el suelo de la Galería, Taula prehistórica pequeña y Taula prehistórica, ambas de 1989.

Pero su fascinación por la isla iba más allá de sus monumentos. La vida marina también fue una musa constante. “A ella le obsesionaba el fondo del mar”, relata Ventosa. “Tomaba como fuente de inspiración las algas o las anémonas”. Esta inspiración se materializa en piezas de inspiración japonesa como Washi azul (1990), que con el brillo de la mica simulan el centelleo de las olas bajo el sol. “También se inspiraba en otros seres, como peces y pájaros, que vinculaba, por ejemplo, con la estructura de los libros”, indica.

“Hay todo un tema sobre la ingravidez que investigar en las obras de Muñoz”, reflexiona la comisaria Isabel Tejeda. “Ella está todo el tiempo jugando con el peso y la levedad”, cuenta. Un juego de contradicciones que se hace evidente en sus móviles, como El libro aéreo (1985), colgados del techo con hilos de pescar casi invisibles, pero con una presencia física contundente; o en sus Taulas, que simulan la pesadez del metal con la levedad del papel.

Aunque su obra comparte con el minimalismo la idea de la repetición, Tejeda prefiere definirla como “post-minimal”. “El minimal se basa en la repetición de un elemento de manera industrial, que ni siquiera el artista produce”, aclara. “Sin embargo, en la obra de Muñoz, todo está producido artesanalmente”, añade. Esa mano artesana —íntima y singular—se puede apreciar en su “esculturas cubistas” (de clara raíz constructivista), compuestas por 15 o 20 piezas colgadas a la altura de las personas. “Cuando la gente pasaba entre ellas, las piezas bailaban con el aire que movían al caminar”, recuerda Tejeda. Una coreografía silenciosa y efímera que convertía el espacio en un lugar vivo.