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En tiempos en los que se premia la productividad, la rapidez y las certezas, todo lo que implique detenerse a pensar, dudar o sentir demasiado parece ir a contramano. Desde chicos aprendemos que lo ideal es tener respuestas claras, seguir un camino definido y evitar todo aquello que genere incomodidad. Sin embargo, muchas veces lo que nos moviliza, lo que nos hace cuestionar el sentido de las cosas y buscar nuevas formas de estar en el mundo no viene de las certezas, sino de las preguntas.

¿Y si las dudas no fueran una falla, sino una puerta de entrada a algo más profundo? ¿Y si la inquietud, en lugar de ser una molestia, fuera una forma legítima --y hasta necesaria-- de estar en el mundo? En lugar de evitar esas sensaciones incómodas, podríamos empezar a escucharlas, a darles lugar

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