En el corazón de las sierras de San Luis, a casi 1.600 metros de altura, late un pueblo que parece detenido en otra época. La Carolina, fundada en 1792 y bautizada dos años después en honor al rey Carlos III, fue escenario de la fiebre del oro que marcó a fuego su destino. Sus minas, sus calles empedradas y su aire limpio narran una historia donde lo colonial, lo cultural y lo natural se entrelazan en una experiencia única.
El brillo del oro y un pasado que resuena en La Carolina
Durante el siglo XIX, este paraje puntano se transformó en un hervidero de buscadores que llegaron en busca de fortuna. Aunque las vetas se agotaron con el tiempo, el espíritu de aquella época permanece vivo: las minas abandonadas y el río Amarillo aún invitan a experimentar la búsqueda de oro, hoy convertida en