CIUDAD DE MÉXICO (AP) — ¿Tiembla? Cada 19 de septiembre muchos en Ciudad de México se hacen esa pregunta.

Todo empezó en 1985, a las 7:19 de la mañana. Un terremoto de 8,1 grados de magnitud y sus réplicas dejaron a la capital mexicana devastada. Los datos oficiales hablan de 12.000 muertos, pero la cifra real se desconoce.

El terremoto fue un parteaguas para la ciudad. Inició una cultura de protección civil, sistemas de alerta, nuevas normas de construcción y, desde 2004, la realización de simulacros anuales.

Apenas dos horas después del simulacro de 2017, otro sismo de 7,1 grados sacudió al a ciudad y tuvo un epicentro tan cercano que las alarmas no sonaron. Casi 400 personas murieron y la destrucción de la ciudad demostró que no se habían aprendido muchas lecciones: hubo muertes que pudieron evitarse.

Desde entonces, tiemble o no, la fecha angustia a los habitantes capitalinos que recuerdan la destrucción de hace 40 años.

Una de las imágenes que hizo historia fue el letrero del lujoso Hotel Regis coronando el montón de escombros en el que había quedado convertido el edificio de principios del siglo XX, centro de la vida política, artística y social de la capital. Hoy abundan los puestos de comerciantes en la que fue llamada “Plaza de la solidaridad”, en honor a las miles de personas anónimas que salieron a ayudar.

Ese mismo día una nube de tierra roja se alzó ante los ojos de un joven universitario. “No sabía qué era”, recordó Enrique Linares, hoy de 62 años. En la calle la gente corría, médicos con batas blancas y tierra en los hombros. Linares levantó la vista buscando la torre de 12 pisos con una luz roja que marcaba la parte alta del hospital. Había desaparecido. "No hizo ruido", aseguró todavía sin poder encontrarle explicación.

Después de una semana de buscar sobrevivientes varios recién nacidos fueron rescatados vivos. Se los conoce como los “bebés milagro” y una serie de televisión los recuerda.

Primero fueron los gritos de las costureras que resonaban entre lo que quedaba de una fábrica textil derrumbada en el centro, dijo Gloria Juandiego, de 65 años. Luego la desesperación porque los militares no hacían caso al reclamo de que había gente viva adentro.

"Los patrones sacaban la maquinaria, la materia prima, sus cajas fuertes, priorizaban eso”, dijo la mujer. A algunas heridas les impidieron agarrar ropa para hacerse torniquetes.

Luego fue el olor y ver cómo "los cuerpos eran aventados en los camiones” mientras cada vez más mujeres hacían rondines entre los bloques destrozados y se plantaban ante las autoridades exigiendo el rescate de sus compañeras. Cientos de las costureras que trabajaban hacinadas más de 12 horas al día, a veces sin descanso, murieron.

“Nuestra sumisión quedó bajo los escombros”, rezaba una pancarta de la época. Fue el inicio del sindicato de costureras "19 de septiembre”, de la lucha por un trabajo digno.

En 2017, otro sismo aplastó a trabajadores textiles que operaban en condiciones similares a las de 32 años antes. Las mismas malas construcciones derrumbadas por el peso de las máquinas, lamentó Juandiego. Esta vez, todas las víctimas fueron inmigrantes.

“Escarbábamos con latas de sardinas y con las manos”, recordó Francisco Camacho, de 66 años, quien en 1985 fue uno de los jóvenes que buscaban gente con vida bajo un bloque de departamentos derrumbado en la Plaza de Tlatelolco.

Una mujer organizaba el trabajo en cadena, los niños llevaban agua. Camacho recordó que el tenor Plácido Domingo, que también llegó a ayudar, decía que hacían hoyos y se metían por ellos “como si fueran topos”.

De ahí nació el grupo de rescate voluntario “Topos”, entonces una veintena de jóvenes inexpertos y hoy unas 1.200 personas de distintos oficios convertidas en símbolo de la solidaridad mexicana que han viajado a 32 países en situaciones de catástrofe y siguen capacitándose cada domingo.

Para Camacho, su actual director, su trabajo es orgullo, dolor e imágenes que no se borran, como la de 1985 “acomodando cuerpos, muchos en estado de descomposición” en el estadio de beisbol capitalino.