Se les acababa el tiempo a Robert Iger y a su equipo directivo de Disney y la cadena ABC.

Jimmy Kimmel, una de las mayores estrellas de la empresa, se preparaba para grabar la edición del miércoles de su programa nocturno en Hollywood a las 4:30 p. m. Había escrito un monólogo que abordaría directamente la tormenta política en el panorama.

Los conservadores habían acusado a Kimmel de caracterizar de manera errónea la tendencia política del hombre acusado de matar al activista de derecha Charlie Kirk. El presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por su sigla en inglés) acababa de advertir a la ABC de graves consecuencias y le dijo a la cadena que “podemos hacer esto por las buenas o por las malas”. Y un propietario texano de muchas filiales de la ABC se disponía a retirar

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