Era verano en Italia y Stefano Mariottini , un joven submarinista, se sumergía en las aguas frente a la costa de Riace . A unos diez metros de profundidad, algo extraño captó su atención: un brazo que parecía humano asomaba desde el lecho marino. Su primera reacción fue pensar en un cadáver. El hallazgo lo heló por unos instantes, hasta que, al mirar con más detalle, comprendió que se trataba de otra cosa.
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Lo que Mariottini había encontrado no era un cuerpo, sino el fragmento de una estatua. Y no estaba solo: a pocos metros yacía otra figura, también de bronce, cubierta por la arena y las algas. Enseguida avisó a las autoridades, y en los días siguientes un equipo especializado logró sacar a la superficie las dos esculturas. La noticia corrió como la pólvora y el mu