El discurso de Donald J. Trump de este martes ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) dejó una estela de perplejidad, enojo y desconcierto en foros diplomáticos de todo el mundo. Lo que se esperaba fuera una intervención con visión estratégica se convirtió en un monólogo divagante de 56 minutos, cargado de quejas personales, insultos gratuitos y frases propias de un espectáculo de variedades más que de un jefe de Estado.
La pregunta clave es: ¿qué significa esta actuación para la política internacional y, en particular, para México, su vecino más cercano y, a la vez, su blanco recurrente en materia de migración y seguridad?
El presidente de los Estados Unidos convirtió el podio de la ONU en un espejo. En lugar de proyectar una ventana hacia el futuro o un diagnóstico global