Los jurados de los Premios Nobel se encuentran inmersos estos días en un mar de zozobras, y no es para menos: el ministro Ángel Víctor Torres ha propuesto a Pedro Sánchez para uno de los galardones que lleva el nombre del inventor de la dinamita. El servicial ministro ha pedido que a su jefe le den el de la Paz .

Su candidatura, sin embargo, podría encajar mejor en los llamados premios anti-Nobel. Por ejemplo, en la modalidad de Literatura, por su talento sobrenatural para el cuento. Podría ser reconocido también con el anti-Nobel de Física , porque es la demostración viva de que la mentira ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.

El anti-Nobel de Medicina podría reconocer igualmente a Sánchez como modelo de lo que nunca debe hacer un presidente de Gobierno ante una pandemia para no provocar un desastre sanitario y económico sobre su población.

Y merecería también el anti-Nobel de Economía por su torpe ejercicio de la diplomacia económica, objeto de su sospechosa e insospechada tesis doctoral, que está llevando a España a perder, uno detrás de otro, sustanciosos contratos internacionales para su industria, el último de ellos el de la defensa naval de India, que Alemania ha conseguido en detrimento de Navantia .

La propuesta para conceder a Sánchez el anti-Nobel de la Paz tiene entre sus merecimientos su pacífica  idea de apoyar y jalear el boicot de la Vuelta Ciclista a España porque corría un equipo que llevaba el nombre de Israel, aunque fuera canadiense, tuviera un director español y contase solamente con un corredor judío. El mismo equipo que en primavera había corrido la Vuelta a Cataluña sin percance alguno.

A Sánchez le pareció bien que se hostigara a los corredores de una de las grandes pruebas deportivas internacionales de España, cuya última etapa en la capital tuvo que suspenderse por la violenta kale borroka  desatada ante miles de familias que iban a disfrutar del evento.

No menos mérito de Sánchez para el anti-Nobel de la Paz es el recibir por tres veces la felicitación del grupo terrorista Hamás. Un siniestro honor proveniente de los autores de la matanza del 7-O contra los jóvenes israelíes que asistían a un festival de música y contra familias judías enteras, exterminadas en sus casas, incluso bebés horrorosamente asesinados.

Hamás, como ya denunció en su día Josep Borrell cuando era alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, se parapeta detrás de los civiles palestinos como escudos humanos. Su principal valedor es la dictadura militar teocrática iraní, que tortura y asesina a las mujeres por no llevar velo y ahorca en grúas a los homosexuales. Todavía hay quien quiere convencernos de que Irán está en el lado correcto de la Historia.

También es notable la decisión de Sánchez de calificar de «genocidas» a los que no estén de acuerdo con su postura antisemita. Extraño «genocidio» por lo demás, cuando en Israel conviven más de dos millones de árabes israelíes , el 21% de la población, en su mayoría musulmanes, que están representados en el Parlamento, la Knéset, por sus propios partidos, como recordaba Guy Sorman recientemente.

Cuando la Alemania nazi empezó a perseguir a los judíos solo por el hecho de ser judíos, no dudó en empezar con los propios judíos alemanes, muchos de los cuales habían contribuido al esplendor industrial, científico y cultural de su nación, amén de combatir en las trincheras de la Gran Guerra por su patria.

Todas estas serían las virtudes para merecer el anti-Nobel de la Paz por parte de Sánchez, que no se ha destacado precisamente por su insistencia en pedir a Hamás que entregue las armas y que libere a los rehenes israelíes que mantiene secuestrados desde la masacre del 7-O.

Exigencias al grupo terrorista que han hecho suyas varios países árabes. El canciller alemán, Friedrich Merz, las reiteró en presencia de Sánchez la pasada semana en su visita a España con una gallardía de la que careció el inquilino de La Moncloa. Incluso la Autoridad Palestina renovó esta misma semana su petición para que Hamás entregue sus armas a las fuerzas de seguridad palestinas.

Uno puede estar en contra de la política de devastación que el Gobierno de Netanyahu aplica en Gaza, pero a la vez puede exigir a Hamás que, de la misma manera que empezó atrozmente esta guerra con las matanzas del 7-O, ponga fin a ella como se le exige desde la comunidad internacional.

Pero Sánchez no se puede permitir esa actitud ecuánime porque invalidaría la particular batalla personal que está librando en España. De ahí que resulte tan abyecta su utilización de una guerra y de sus víctimas para desviar la atención y a la vez mantener prietas las filas ante la marea de corrupción que anega a su familia, su partido y su Gobierno. Por no olvidar las noticias sobre el sórdido negocio de la prostitución de su familia política, el mismo negocio que investigó su ahora ministro Óscar López cuando quiso destruirlo como alternativa de poder en el PSOE.

Todo vale, incluso la guerra entre Hamás e Israel, para construir ese muro que Sánchez proclamó en la tribuna del Congreso que había que levantar ante los españoles que, lejos de aplaudirle, aborrecen de sus mentiras y de su corrupción.

Muy diferente fue la postura de Sánchez en el choque entre palestinos e israelíes de mayo de 2021, cuando durante quince días se enfrentaron con un balance de centenares de víctimas, la gran mayoría de parte palestina, como suele suceder. Si se revisan sus intervenciones públicas en aquellos días, se descubre que a Sánchez el conflicto le importaba poco o nada, pues no hizo en tales intervenciones ni una sola mención a la respuesta militar israelí o a las víctimas palestinas.

Claro que entonces tampoco la Justicia había puesto cerco a su familia, su partido y su Gobierno para investigar su corrupción, como ha subrayado atinadamente el columnista Santiago González. Conviene recordar que la destitución de Ábalos como ministro se produjo en julio de 2021, dos meses después de que la sangre hubiera corrido ese año en Gaza e Israel.

Con todo, no están para dar lecciones de derechos humanos los que se abrazan hoy a los testaferros de ETA como socios de Gobierno sin importarles que cada año promuevan centenares de homenajes a los asesinos de la banda criminal, justificando así el asesinato de centenares de personas, también mujeres y niños, e incluidos doce militantes socialistas.

Al ministro de la llamada «memoria democrática» ni se le ha pasado por la cabeza proponer para el Nobel de la Paz a las víctimas de ETA por su defensa de la libertad y la democracia, sin que ninguna de ellas se tomara jamás la justicia por su mano. Inolvidable lección de paz, de convivencia y de dignidad frente a quienes no dudan en mercadear con el dolor de las víctimas por una sonrisa de Otegi .