Cada semana, jóvenes africanos se lanzan al mar en pateras abarrotadas rumbo a las costas del sur de Europa. Muchos, por desgracia, no lo logran: quedan en el camino, engullidos por un mar que es frontera y tumba. Pero los que llegan lo hacen con una fe intacta en esa tierra prometida que imaginan como un futuro de dignidad. Es de justicia que estos jóvenes sean atendidos, amparados e incluidos en la medicina preventiva, como ocurre en España y, de manera ejemplar, en Canarias. La salud es un derecho humano básico, no un privilegio. Pero el verdadero desafío está en la formación. Sin educación ni capacitación, la esperanza se convierte en frustración. Darles la posibilidad de completar sus estudios no es solo un bien para ellos, sino una inversión en el futuro común: ciudadanos formados, c
De las pateras a la esperanza

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