La trata de personas constituye hoy una de las expresiones más abyectas del crimen organizado en el Perú. Este fenómeno no es otra cosa que la cosificación del ser humano. La forma se da a partir de la captura, el traslado y la explotación de mujeres y niños, muchos de ellos migrantes, reducidos a meros instrumentos de lucro en redes de explotación sexual y laboral.
Las cifras deberían estremecer al país. Entre enero y julio de este año, las fiscalías especializadas registraron 1.503 víctimas, con mayor incidencia en Lima metropolitana, Puno, Arequipa y Piura. Además, se identifican preliminarmente focos de este delito en Tumbes, Madre de Dios, Loreto y Cusco. En pocas palabras, se trata de un problema público que se está agravando.
Lo más alarmante es la sofisticación de los mecanismos