El músico protagoniza el documental 'Hasta que me quede sin voz' y se convierte en el protagonista del Zinemaldia

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Leiva dice que muchas de las cosas que ha conseguido han sido por suerte. Y, quizás por ello, el documental sobre el artista que ha sido presentado en el Festival de San Sebastián haga tanta referencia a ese concepto: la suerte. Puede que un porcentaje muy alto del éxito se deba a estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, pero, después de tantos años en el estrellato, lo de Leiva ya no puede ser una casualidad, y así lo acredita que su presencia en el Zinemaldia haya eclipsado a todo lo demás.

Delante de 3.000 personas se ha proyectado Hasta que me quede sin voz, el documental —cuyo estreno en cines será el 17 de octubre— que han dirigido Mario Forniés, Lucas Nolla y Sepia, y cuyo título sale de una de sus canciones más populares, pero también del hilo conductor del filme, que cuenta el periodo en el que el cantante se enfrentó a un problema en las cuerdas vocales que le hizo plantearse si el final de su carrera estaría cerca.

A pesar de que Leiva es alérgico a la exposición y a contar mucho de su vida íntima, en el documental sorprende la honestidad con la que se muestra y habla de temas como la fama, sus complejos físicos o el consumo de alcohol. De hecho, la única línea roja que les puso a los directores fue que “había que ir al cuello con la honestidad”. Desde el Hotel María Cristina, con su inseparable sombrero, su traje y una chapa contra el genocidio en Palestina, el cantante explica que tenía claro que para diferenciarse de los otros muchos documentales sobre músicos había que ser honestos “y que no pareciera un documental de promoción”. “Como espectador me aburren soberanamente”, cuenta.

El documental abarca el tiempo entre el final de una gira y el comienzo de la siguiente. Para Leiva, “la vida es lo que sucede entre un concierto y otro”, y él se considera una persona “cuyas miserias son iguales a las de todo el mundo”. Entender eso, que la vida de verdad está fuera de los escenarios, le costó “mucha terapia y muchos problemas”. “Durante muchos años de mi vida pensé que el mundo real era estar de gira y desatendí mucho mi vida. Lo he aprendido hace bien poquito, que la vida es lo otro y eso es un privilegio irreal que es nuestro oficio y que es maravilloso. Pero no es la vida real”.

Al contrario que muchos artistas que se consideran tímidos y a los que el escenario les ofrece la posibilidad de abrirse en canal, Leiva hace el viaje inverso. “Cuando te conviertes en una persona pública yo me he creado mi modo de supervivencia, y eso es ser muy introvertido y mostrarme muy poquito. Se me ve en el escenario con mi sombrero y mis cosas y se hace un poco de estereotipo. Pero eso no es una máscara, ese también soy yo. Lo que pasa es que yo soy más el tipo que hace croquetas con mi madre en el barrio, porque ese soy yo a tiempo completo. Luego durante un ratito me subo al escenario con un traje molón y el sombrero, pero la realidad es la otra”.

Yo soy más el tipo que hace croquetas con mi madre en el barrio, porque ese soy yo a tiempo completo. Luego durante un ratito me subo al escenario con un traje molón y el sombrero

No le da miedo mostrar a ese Leiva que hace croquetas, porque no le “importa decepcionar a nadie”. “Miedo no me da, pudor sí porque yo soy muy blindado y muy poco dado a hablar de mi vida personal, pero bajo la mirada de unos amigos, sabiendo que tengo el arnés de seguridad de que unos amigos no van a ser sensacionalistas, ahí sí me he animado a hacerlo”. La fama y la popularidad es otro de los temas del documental, y Leiva cree que “muy poquita gente popular sale indemne de la fama”. “Todo lo que se proyecta en un escenario no siempre es igual que debajo de un escenario. Yo creo que la popularidad te debilita mucho y, por lo general, las personas que estamos expuestas a lo público tenemos un grado grande de inseguridad”, opina.

Ese problema en las cuerdas vocales hace que Leiva tenga en el horizonte la sombra de la cancelación o un posible retiro: “La ayuda quirúrgica me da más fuelle para terminar las giras. Pero lo que está claro es que es un obstáculo muy, muy gordo y, sobre todo, muy desgastante. Siempre revolotea el miedo a suspender, y ahora tengo que jugarlo todo de otra manera, tengo que hacer muchos menos shows. Pero, siendo honestos, sí que está en riesgo la continuidad, o al menos no sé por cuánto tiempo. Por eso lo tengo que disfrutar”.

En un giro irónico del destino, Leiva y su adorado Sabina, con el que ahora comparte una amistad, han acabado unidos también por esa pérdida de voz. “Hace poco le decía, es acojonante que al final voy a acabar yo con peor voz que tú, y él se descojonaba. Es que al final incluso con la voz nos unen las cosas. Es una amistad muy hermosa”, dice de esa relación en la que, por suerte, no ha entrado la idealización de Leiva hacia Sabina como artista. No lo ha hecho porque Sabina “se ha encargado de que así sea”. “Durante los primeros años que yo tenía mucho deslumbramiento, pero él se encargó rápidamente de que eso no sucediera. Si él se hubiera sentido cómodo en el deslumbramiento, no hubiera ido bien. Pero Joaquín enseguida me hizo entender que éramos amigos”.

A pesar de llevar una carrera más que consolidada, sigue teniendo como “pesadilla recurrente” que su momento va a pasar, que “esto mañana se acaba”. Lo considera “verosímil”, pero si eso pasara, la sensación sería de que ha cumplido. De que lo ha hecho bien: “Lo digo en el documental, pero es que a mí la suerte me ha venido ya varias veces a visitar. Si las cosas vienen ahora mal dadas, ya sería un empate. La vida me ha brindado una vida alucinante y lo he disfrutado mucho. Si la cosa fuera mal, seguiría sintiéndome un tipo con suerte por lo que he tenido”.

Vuelve a mencionar la suerte, y por eso su película acaba siendo una refutación de la meritocracia. Cuando lo vio en el montaje, eso le encantó: “La injerencia de la suerte en mi vida es muy grande. Yo no he propiciado encuentros que hayan cambiado el rumbo de las cosas. En mi caso, obviamente me he roto la espalda en la carretera tocando en clubs, pero las cosas que me han sucedido importantes en mi vida, yo las relaciono directamente con la suerte y no con el mérito. Y lo digo genuinamente. No lo digo con falsa modestia, lo digo porque lo pienso de mí y de mucha gente”.

Aunque durante algunos años de su vida, por la simbología existente de lo que significa ser una estrella del rock, confiese que haya “experimentado con todo”, cree que esa imagen nunca le ha definido. “Eso de la mala vida, de estar escribiendo en los bares… Eso a mí no me ha sucedido. Creo que en una cena de empresa de directivos de un periódico probablemente haya más cocaína que en un camerino”, lanza mientras vuelve a remarcar que si vida es la música, y que si no se dedicara a esto, probablemente se iría a poner copas: “No sé hacer otra cosa”.