Lo que antes se creía un equilibrio entre la lotería genética y el estilo de vida, se vive hoy como una carrera de privilegios que permite adelantar diagnósticos, detener procesos y revertir daños, y se paga a precio de oro

Digámoslo cuanto antes: ser viejo no es, desde luego, un símbolo de estatus. Vivimos en una sociedad donde a partir de los 50 años el valor de todo cae en picado, pero donde también, paradójicamente, la lucha por alargar los límites de la vida intentando revertir la edad biológica se ha convertido en la última religión. Se llama longevidad .

Sus seguidores tienen todo lo que se necesita para alimentar un credo: una palabra divina, longevidad o longevity —el término en inglés coloniza el marketing digital—; una métrica aspiracional: 120-150, el número de años que

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