Prometen ciencia: sensores, algoritmos, cronómetros. Lo que llega, en cambio, es un olor: sudor canonizado, calcetas que se pudren como rosarios sin misa, botellas alineadas como ídolos de PET. El estadio no es laboratorio: es manicomio con boletaje digital, donde el músculo obedece menos al cronómetro que al conjuro. La estadística mide, pero no manda. Lo que manda es el miedo con uniforme.
RITOS CON OLOR A ZOOLÓGICO
Un portero entra con el pie derecho, aunque tropiece y quede ridículo antes del primer disparo. ¿Es superstición o coreografía del absurdo? Un beisbolista mastica semillas como si cada cáscara fuera conjuro: escupir se convierte en liturgia. Un boxeador besa las vendas sudadas como si fueran hostias: la misa no tiene sacerdote, pero sí sudor. Un ciclista esconde estampitas