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En 1946, Juan Domingo Perón levantó una de las frases más potentes de la historia política argentina: “Braden o Perón”. La consigna sintetizaba un dilema de época: soberanía nacional frente a la injerencia de la embajada norteamericana. Entonces, el fútbol, la industria y la cultura eran estandartes de una identidad nacional que buscaba diferenciarse, incluso desafiar, al poder hemisférico.

Setenta años más tarde, la escena parece invertida. El sucesor de Diego Maradona, Lionel Messi, no juega en Barcelona ni en Rosario, sino en Miami. Su equipo, el Inter, simboliza un fenómeno mayor: el desplazamiento, forzado por cierto, del centro de gravedad del fútbol hacia Estados Unidos. Un deporte que durante más de un siglo fue símbolo de argentinidad, hoy encuentra en suelo

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