Al caer una tarde del mes de febrero, mientras el sol se desvanecía en la Vega, dos varones de desconocida procedencia recorrían la ribera del Genil . Uno de ellos, enfundado en un traje de galante nobleza, galopaba a toda celeridad mientras la brisa recorría su rostro angelical. El segundo, de igual belleza, seguía su rumbo sobre un primitivo carro de roble. Durante la travesía, sus manos se aferraban a una sábana que cubría el robusto equipaje.

Cuando el haz lunar se vislumbraba entre las cimas de Sierra Nevada , los viajeros de fama extranjera buscaron refugio. Entre huertas fértiles y surcos cincelados en la tierra, tan solo encontraron una pequeña ermita. Sus muros encalados irradiaban un fulgor sin igual, convirtiéndola en un improvisado ‘faro’ sobre el que los hortelanos logr

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