Esta columna la escribí en Manhattan, cayendo la tarde del 23 de Septiembre de 2025, desde un balcón contiguo al monumento en memoria a las 2.977 víctimas de los atroces atentados terroristas, entre los que derribaron las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001. Mi ángulo visual era directo a los cuadriláteros del memorial de luz y agua, difícilmente podía perderse la mirada sobre los destellos azules difuminados y enmascarar el sonido de miles de filigranas de agua que caían en forma de cascada, y como no, sentir un penetrante escozor que revivía con impotencia las secuelas irreparables del terrorismo.
Me encontraba allí en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas, reunido con autoridades neoyorquinas, el sector privado y organismos multilaterales, en mi condición de coordi